En busca del quinto elemento del hip hop

En sus casi cuatro décadas de historia en nuestro país, el rap ha crecido y se ha reinventado, creando incluso narrativas propias a la hora de contar el mundo.

A partir de sus cuatro elementos, el hip hop ha generado una construcción de conocimiento importante que ha sido transferida entre colectivos y generaciones de raperos que, además de aprender a cantar, componer, bailar, mezclar y hacer grafiti, han determinado una forma de ver el mundo desde el hip hop. Esto es a lo que llamamos el quinto elemento: el conocimiento.

Esas dinámicas propias del rap para construir un conocimiento del mundo y de sí mismo como movimiento, han sido poco analizadas, y tomando como referente a Medellín, la ciudad de Colombia con la movida cultural más sólida en torno a este sonido, nos aventuramos a contar historias fundamentales para entender el rap de lo corrido de este siglo. 

Este es nuestro análisis desde Radiónica.

El rap de Medellín como centro de enseñanza y de resistencia 

Después de que la violencia y el conflicto urbano arrebatara la vida de muchos jóvenes y se apoderara de los barrios de la capital antioqueña desde 1979 en adelante; según se relata en el artículo Treinta años de homicidios en Medellín, Colombia, 1979-2008, grafiteros, grafiteras, raperos, raperas y djs de la ciudad, decidieron adoptar un movimiento musical que a través del arte y la cultura brindara refugio a la comunidad: el hip hop.

A través de sus cuatro elementos (MC, DJ, breakdance y grafiti) el hip hop se ha manifestado respecto a los cambios sociales, culturales, políticos y tecnológicos, que han impactado a la sociedad. Sin embargo, hoy por hoy, el conocimiento es considerado el quinto elemento de la cultura hip hop. 

Centros culturales, escuelas de baile y colectivos musicales repletos de rap se han tomado la ciudad para ensayar, estudiar, enseñar y vivir el hip hop, hacer memoria y rendir homenaje a los amigos que ya no están. Y organizaciones como AK-47, Elemento Ilegal, Klan Ghetto Popular, Casa Kolacho, 4 Elementos Skuela, entre otras, son las encargadas de integrar esta nueva ola de corporaciones pedagógicas que coinciden en enseñar y educar desde el rap para la transformación social.

El rap podría definirse como un puente entre el ser y el soñar, pues ha servido como herramienta para rechazar lo que el conflicto armado y el narcotráfico han dejado a su paso: “Las oportunidades en Medellín eran escasas, casi que estábamos obligados a unirnos a un grupo armado o a una banda criminal, pero nosotros nunca quisimos ser parte de eso y el hip hop se presentó como una esperanza. Gracias a él pasamos de no tener posibilidades a tener un montón”, afirma ‘Lupa’, integrante de la agrupación Sociedad FB7 de la Comuna 6 en un artículo con Canal Trece.

La importancia de este movimiento político, musical y cultural, se da gracias a sus prácticas cotidianas, colectivas y particulares, en los escenarios artísticos y barriales, pues además de ser un campo de conocimiento que fomenta el desarrollo de identidad desde los procesos simbólicos, sociales y materiales, el hip hop es también una forma de educación escolar, una figura plena de resistencia en los sectores populares. 

“Estos espacios generan hermandad, crean lazos de amistad e integran a las familias de los chicos del grupo; se pueden activar espacios públicos olvidados, y se puede brindar mayor visibilidad a los artistas que configuran nuestra escuela, pues eso los motiva a ser mejores personas y profesionales”, dice Atanael Bohórquez, AKA Dante, integrante de la escuela de hip hop AK-47 de la Comuna 8.

Todo proceso educativo está compuesto por la ciencia del método, pues la forma de construir jóvenes con pensamiento crítico no solo se centra en el “hecho musical”, sino que también utiliza técnicas pedagógicas desde diferentes perspectivas.

Jeihhco explica la metodología que maneja Casa Kolacho: “Tenemos un espacio formativo llamado ‘Parce’ que tiene que ver con la presentación, la acción, la reflexión, la creación y la exposición. Es una dinámica integral que empodera a los participantes en un trabajo en equipo en habilidades para la vida, dándoles la posibilidad de interactuar desde la equidad, muy desarrollada para atender y entender las necesidades de los aprendices del arte del hip hop. Es una metodología flexible que permite desarrollar habilidades personales y artísticas. Todos los temas sirven para construir un aprendizaje de vida.”

Las temáticas que manejan las escuelas y casas culturales de la ciudad de Medellín están creadas con el objetivo de brindar un espacio no solamente liberador sino también de enseñanza respecto a los distintos problemas que azotan a la sociedad. El cuerpo, la sexualidad, la drogadicción, el proyecto de vida y la no violencia se presentan diariamente en las aulas de clase mientras los estudiantes, a su vez, aprenden a rapear, bailar, tocar o pintar.

La cultura hip hop a lo largo de su historia de resistencia ha logrado cambiar el pensamiento de jóvenes colombianos que, desde las cinco manifestaciones artísticas, han podido construir y modificar su estilo de vida. La transformación social y reconstrucción del tejido colectivo es posible mediante la dinamización de estos proyectos tan relevantes que integran la sociedad.

Los festivales y la convivencia

Los conciertos han sido espacios esenciales para el encuentro ciudadano y para el desarrollo artístico del circuito del rap en Medellín. La calle, la esquina del barrio, un centro comercial, una terraza o la cancha de fútbol son lugares que han servido para amplificar los sonidos que salen de una grabadora o de una memoria USB. De ahí que la expansión en el territorio antioqueño del rap ha llegado desde Urabá, pasando por municipios como Rionegro y Amagá, además de su protagonismo en todo el Valle de Aburrá.

“Las primeras muestras de la experiencia del hip hop en Medellín son de principios de la década de los años 80, cuando una pareja de hermanos conocidos como los ‘Constantinos’, provenientes de Estados Unidos, se instalaron en la zona Noroccidental de la ciudad. A ellos se atribuye la llegada de los primeros pasos de la danza hip hop, videos y atuendos que se difundían por todo el mundo”.

El anterior contexto lo explica la publicación “Somos Hip Hop”, que también señala que los citados hermanos empezaron a propiciar pequeños encuentros de B Boys en el segundo parque de Laureles. A su vez, la Biblioteca Pública Piloto también fue punto de encuentro para la exploración del baile y el grafiti.  

Paralelo a esos encuentros de baile y -también en aquella época- la exhibición de películas como “Beat Street” (1984) “Wild Style” (1982) impulsaba el crecimiento gradual de aquel circuito del hip hop que luego tomaría fuerza con el nacimiento de discotecas y los primeros eventos masivos. 

Todo ello empezó a generar preguntas sobre lo que algunos llaman “cultura hip hop” y sus componentes, lo cual repercutió también en la institucionalidad y los medios, de manera que a través de programas de televisión como “Arriba Mi Barrio” del canal Teleantioquia, se difundió la creación de múltiples agrupaciones, además del afianzamiento de semilleros de baile en otros sectores como Simón Bolívar, Villa Laura y Belencito.

Al igual que el punk y el metal de Medellín, el hip hop se desarrolló en un contexto sociopolítico marcado por el narcotráfico, el sicariato, los grupos de limpieza y la muerte de 6 mil 810 jóvenes en el año 1991, año en el que paradójicamente se firmó la nueva Constitución Política de Colombia. No es gratuito que las canciones de rap de grupos como Sociedad FB7, Tribu Omerta, Calle 4, Sexta Inkamista y muchos otros retrataran la violencia y la inseguridad de las calles. 

Todo ese conjunto de variables propiciaron el “Primer Encuentro Metropolitano de Hip Hop de Medellín” realizado el 27 de agosto de 1994 con la participación de más de 60 grupos entre B Boys y Mc’s. El evento marcó un hito en los años 90 por la convocatoria y la confluencia de parches de distintos rincones del Área Metropolitana. En 1995, el grupo Sociedad FB7 organizó el “Encuentro de la Zona Noroccidental” y en 1996, se materializaron el “Congreso Colombiano de Hip Hop” y el “Concierto del Movimiento Rap Colombia”

 Los encuentros y recitales de rap han significado un escenario de construcción de identidad, resistencia y han sido un amplificador de denuncias de las injusticias sociales y de la guerra. Festivales y actividades como «Hip 4», «Hip 6», «Semana de la Apreciación del Hip Hop» y «Revolución sin muertos», nacieron en el presente siglo y el componente formativo y reflexivo siempre ha sido uno de sus bastiones. Así ayuda a comprenderlo el colectivo Cultura y Libertad cuando dice: “Nuestra convicción es por la vida, la libertad, la dignidad, el arte y la risa, como salvavidas en medio de la hostilidad”.

En el caso del festival “Revolución sin muertos” y según Jehhico -uno de sus creadores-, este nació después de varias operaciones militares en la Comuna 13 de Medellín, como fueron la «Mariscal», «Contrafuego» y la para nada célebre “Operación Orión”

Según la Fundación Paz & Reconciliación, “sobre las desapariciones forzadas de la Comuna 13 de Medellín, la JEP dio a conocer dos grandes cosas: por un lado reveló que hay posiblemente 435 posibles víctimas de desaparición forzada —entre 1978 y 2016— de las que 126 personas habrían sido desaparecidas entre el segundo semestre de 2002 y el primer semestre de 2003, tiempo en que se llevó a cabo ‘La Operación Orión’”.

Si bien el rap nació con una base de seguidores especializada desde el gusto particular, la hibridación de las tecnologías y las formas de comunicación ha conseguido que su audiencia se haya expandido, conservando su carácter de nicho pero también contagiando un público más amplio, razón por la cual sus artistas se han insertado en otros festivales no exclusivos del género. 

En eventos como Altavoz Fest, Bazar de la Música, Parada Juvenil de la Lectura, Festival Hertz, Patio Sonoro, Antimili Sonoro, Feria de las Flores y claro, el Concierto Radiónica, el rap se ha codeado con el metal, el reggae, el punk y la electrónica, entre otras sonoridades. Hoy su protagonismo ha alcanzado escenarios antes improbables para el género, como es el caso del Teatro Metropolitano y el Teatro Pablo Tobón. Y en Antioquia, festivales en municipios como El Carmen de Viboral, Rionegro o Pueblorrico, acogen artistas del género en sus carteles. 

Tras años trasegando, el camino del hip hop sigue latente en toda Antioquia por medio de discos, charlas, festivales en los barrios y con algunos de sus exponentes viajando por el mundo.

En la actual coyuntura de la pandemia, los conciertos de rap también se han visto afectados, aunque la semilla que han sembrado durante años permitirá seguir recogiendo frutos y aprendizajes con un objetivo esencial: el rap proponiendo puentes para la transformación social, la convivencia y la reconciliación. 

El rigor de la academia entre las rimas y los beats del rap

La música va más allá de la construcción de canciones o de la creación sonora y lírica. Su impacto, más allá del que genera en quienes la componen, está en lo que causa en quienes la sienten y la hacen propia. Cada sonido ha logrado generar eco en distintas sociedades a lo largo de la historia. Y el hip hop, mas teniendo en cuenta todo lo que abarcan sus cuatro elementos, también ha logrado sus propias revoluciones a nivel social y cultural.

La antropología y la sociología, como ciencias dedicadas al estudio del hombre como individuo y como sujeto en relación con otros, en las últimas décadas han ido desarrollando un interés por entender cómo el rap, como fenómeno cultural derivado del universo que se construye a su alrededor, impacta y transforma las realidades de los jóvenes que se apropian de él.

Este interés, que en un principio va más allá de las melodías, ha estado alimentado también por un factor crucial: el contexto social y cultural de  Colombia.

Así entonces se configura el punto de partida para comprender este puente construido entre el hip hop y la academia. Según afirma el trabajador social, investigador y rapero José David Medina: “La academia empezó a ver en el rap una expresión eminentemente juvenil en primera instancia, luego notó una experiencia sociocultural que contribuyó a expresiones organizativas en las comunidades, para ser luego reconocido desde la academia como una experiencia que propicia la promoción de los derechos humanos, la convivencia y la participación social”.

Desde esta perspectiva, en el rap la academia encontró un dinamizador de una juventud que para la primera década del siglo XXI estaba generando transformaciones que iban más allá del sonido. Así entonces el análisis muta un poco para entender qué había en el rap que propiciaba esto, “porque el rap es una experiencia generadora de conocimientos, prácticas y visiones de mundo que merecían ser descritas, analizadas y explicadas”, complementa Medina.

Una de las primeras investigadoras que se adentró en este entendimiento del rap en la ciudad de una forma más detallada (en los 90 algunos medios de comunicación hicieron trabajos periodísticos sobre el rap como fenómeno, pero no tenían continuidad más allá de la publicación o emisión de los productos) fue la antropóloga Ángela Garcés. Ella, que desde su materia de antropología en la Universidad de Medellín quiso comenzar un ejercicio de exploración de lo que llamaban en ese momento“culturas juveniles urbanas contemporáneas”, se preguntó a qué suena la ciudad en la noche y en la calle, explorando además del rap, sonidos como el punk y el gótico, que tenían una identidad propia y reconocible en quienes la crean y la escuchan. De este primer acercamiento, encontraron en el rap una afinidad y un impacto en los jóvenes de esa época.

“En el momento que iniciamos no era una tradición investigar desde la juventud los consumos y la producción musical, habíamos heredado una tradición de investigar juventud desde la perspectiva de la vulnerabilidad, el peligro y los consumos peligrosos, heredando rutas de estudio de los 80 y los 90, y no necesariamente estaba fresca para mirar otras expresiones juveniles” Recuerda ​Ángela Garcés de esas primeras instancias.

Esto llevó a que desde la academia se comenzaran a preguntar ¿por qué no se ha visto la juventud desde otra perspectiva?. Y a partir de ahí buscaron cambiar el enfoque de análisis hacia el joven que podía ser sujeto productor de cultura desde la construcción de identidad que les daba la música. Así aparecieron análisis cualitativos y estudios de caso.

Pero no solo el joven era el sujeto de investigación para entender su relación con el rap. Según José David Medina, la ciudad, en este caso Medellín, y todo lo que ha sucedido con ella en las últimas décadas, sumado a sus dinámicas propias de transformación y urbanización, ha sido determinante para despertar y mantener a lo largo de los años el interés de la academia por estudiar el rap que en ella sucede, y así “entender cómo el contexto influencia la cultura y cómo la cultura relee ese contexto para convertirlo en memoria artística. Medellín tiene un contexto que  hace que ese rap tenga unas sonoridades y unas estéticas propias de la ciudad, a partir de la relación de quienes la habitan con su territorio, ya sea campo Vs. ciudad o centro Vs. periferias o las situaciones tan propias que desencadena el conflicto armado y que acaban siendo determinantes para la creación de ese rap que se compone aquí”.

Con el paso de los años, los mismos raperos asumieron esa curiosidad por entenderse a sí mismos: “comienzan a estudiar carreras como periodismo, comunicación, antropología, sociología, trabajo social y hasta filosofía, y buscaron comprender dinámicas propias de la cultura hip hop”, cuenta Medina. De ahí resulta un interés en ahondar en temas como la formación en el rap a partir de las escuelas de hip hop, interpretación del contexto en la creación y el papel de la mujer en el rap de la ciudad.

Producto de estas inquietudes han salido, además de trabajos de grado y posgrado, artículos científicos para revistas especializadas y hasta documentales. han salido textos como Barriología, expresiones sin reserva (escrito por José David Medina), que contó las dinámicas de creación de rap en la comuna 6 de Medellín, y Ojos de asfalto”, realizado por el colectivo Pasolini en Medellín, que además tiene un producto audiovisual.

El libro “Nos-otros los jóvenes. Polisemias de las culturas y los territorios musicales de Medellín” de Ángela Garcés, es uno de los que aborda el rap de la ciudad desde una perspectiva académica, así como lo hizo Omar Urán en su texto «La ciudad en movimiento: movimientos sociales, democracia y cultura en Medellín y el área metropolitana del Valle de Aburrá”. Además de estos títulos, también vale la pena resaltar a Patricia Valencia, Santiago Higuita y Natalia García Guzmán como algunas de las personas que, desde sus áreas del saber, han buscado acercarse y entender el hip hop desde un ejercicio investigativo.

¿Qué le ha dejado todo este proceso de investigación y apropiación del rap desde la academia y la publicación al hip hop? Además de la curiosidad que ya nació en los mismos hopers de entenderse como movimiento a partir del lente de la academia, con las herramientas que ella les da, para Ángela Garcés, una de esas consecuencias es cómo lo ve la gente hoy, a diferencia de cómo se veía hace varias décadas:

Ya hay un diálogo no solo generacional sino contextual, desde adentro (de la escena hip hop) hacia afuera, y así se dan construcciones colaborativas y autogestionadas de, por ejemplo, videoclips y producciones documentales. Así el rap no ha quedado aislado sino que ha aprendido a hacer sinergias”. 

Otra ganancia de este puente levantado hace ya unos años, es la documentación de esa evolución que ha sucedido en el rap, que es valiosa como ejercicio de memoria para el futuro: comprender cómo eran las cosas hace diez o veinte años, más allá de la música que se hizo en ese momento, da herramientas para reconocer esa historia, que no es más que el camino recorrido por personas que pusieron su visión del mundo en función de un sonido que sentó las bases para lo que vivimos hoy en la ciudad: una escena fresca y en una renovación constante, pero que sin esos antecedentes no podría estar en el sitio y con las condiciones de este presente.

La construcción de memoria desde el boom y el clap

El rap ha sido uno de los grandes cronistas dentro de las músicas callejeras. Su inteligencia narrativa, su estilo anecdótico, su realidad, sinceridad y la capacidad de adaptación con el territorio, hacen que la rima, la caja y el bombo, sean los mejores aliados para contar historias y generar memoria musical colectiva.

Por eso los raperos no se limitan a tomar un micrófono, moverse al ritmo del beat y empezar a parafrasear escenas ya estudiadas. Va más allá de eso. Se encargan de dejar constancia de hechos simples o relevantes que suceden en las calles, en los corazones y en la consciencia colectiva.

Sí, Colombia es un gran lugar para hacer rap, pues todo está dispuesto, no hay que fantasear, no hay que simular conflictos, no hay que inventar problemas ni crear soluciones fantasiosas. Colombia tiene todo dispuesto para ser la inspiración crítica. 

Precisamente una de las características que tiene el quinto elemento del hip hop además del conocimiento es la construcción de memoria. En la pieza documental que compartimos a continuación encontrarán las razones por las que numerosos raperos de Medellín lo consideran así: https://www.youtube.com/embed/dXHkHcc93uw

Y a continuación detallamos algunos antecedentes musicales que han demostrado la importancia de esa gran bitácora sonora que nos presenta el rap en cada creación. 

El rap y la infancia

«Mi niñe» de Mc Mago Real

A través de esta canción de uno de los MC más reconocidos en Colombia, se reflejan situaciones cotidianas que son espejo de la niñez e infancia de muchos. Los juegos callejeros, las travesuras de barrio, los regaños, las fritangas, los primeros amores, el acné y la vida barrial marcaron a muchas generaciones en el sonido del rap.

La realidad social

«La Jaula de oro» de Laberinto ELC

Laberinto ELC se ha convertido en un estandarte del rap nacional. Sus letras crudas, sinceras y gráficas, cuentan a modo de bitácora por lo que pasan muchos de los integrantes de la escena rap en Colombia: querer vivir de la música, pero el sistema económico y las oportunidades solo permiten trabajar fuertemente y en los tiempos libres hacer música. Este, además, es el panorama de muchas familias en Colombia que viven la dualidad eterna entre los sueños y la supervivencia. 

La industria musical

«No está en venta» de Alcolirykoz

Alcolirykoz son los dicharacheros mayores que con rima y buena letra han sabido construir parte de las memorias del rap colombiano. Sus canciones son anecdotarios que ahora todo un país canta para no morir de falta de memoria. En esta canción hacen una reflexión crítica sobre los vicios y las malas costumbres de la escena musical y algunos de sus representantes.

Los sueños en el rap

“Ciclos” de Rh Clandestino

Este es el primer video del grupo RH Klandestino, una agrupación que fue semilla del inicio profesional y musical de muchos otros MCs, entre ellos Mary Hellen, Kiño, Wolfine, Dj Corpas, Ebratt y Chamán. Esta canción es el sencillo de su segundo trabajo, «Ke Vivencias». En esta canción se evidencian los sueños, los anhelos y las angustias por querer vivir del rap en una ciudad como Medellín.

Vean a continuación el foro: El quinto elemento del hip hop, un encuentro con representantes de las escena hip hop de Medellín.https://www.youtube.com/embed/I7htZuDGRSM

Investigación:
Diego Londoño Molina, Mariana Vélez, Santiago Arango, Sebastián Martínez Pavas

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